
Fue erigida por Fernando III, el Santo, en cumplimiento del voto que hicieran el arzobispo Jiménez de Rada y Alfonso VIII con motivo de la victoria de la batalle de Las Navas.
De arquitectura gótica, eleva su berroqueña torre donde se alzaba la derribada mezquita mahometana.
Verdaderas caravanas de fervorosos visitantes del orbe entero pasan diariamente los umbrales de sus esbeltas puertas.
Consta de cinco extensa naves. El exterior del altar mayor está decorado con labores ojivales. El presbiterio y las naves bajas son del siglo XIII. El “Tansparente”, chorrigueresco. La “Puertallana”, neoclásica. El “Ochavo” grecorromano, con pavimento marmóreo. Notabilísimas, las rejas en hierro y bronce.

Afamados historiadores y arqueólogos españoles y extranjeros convienen en calificar de maravilloso cuanto encierra la gran Basílica toledana. El crucero, las vidrieras, los atriles, las estatuas yacentes, los relieves, el vestuario: todo es valioso, artístico, decorativo.
Cautiva al observador el embellecimiento de los muros, ornados de magistrales cuadros y enriquecidos con pinturas murales, debidas a los más eximios artistas. Se contemplan con embeleso la venerabilidad de sus reliquias y las innumerables y esplendorosas joyas que se exhiben a diario al público.
Bajo las bóvedas de la que fue gran aljama reposan las cenizas de esclarecidos varones, de personajes ilustres oriundos de Toledo, de reyes y santos.
Honra la devoción y acendrado cariño siente el pueblo toledano hacía su excelsa patrona, la Virgen del Sagrario, que está expuesta a la veneración de los fieles en una capilla de la Catedral.
En una sola visita, es imposible hilvanar no coordinar con justa exactitud ante el espectáculo de tanta maravilla, turbados por la excesiva emotividad que embarga forzosamente a los que ven por vez primera la Catedral Primada de las Españas.
Juan de la Vega Carrobles.
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